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lunes, junio 28, 2010

Efectos de la recaida en mi

Hoy estoy contento por que estoy abstinente. Bueno, no he comido alimentos compulsivos y eso es un logro. También hoy no he salido de mi casa con lo que me ha sido fácil. Aunque he sentido el ansia cuando me he quedado solo de salir a comprar comida compulsiva fuera, me he retenido.

La recaída va erosionando el trabajo de mi recuperación. Hago un plan de comidas pobre que escribo después de haber comido. Me salen pocos agradecimientos. Si escribo el plan de comidas por adelantando, no lo cumplo. Este fin de semana ya casi me iba sin escribir esto que es lo mínimo.

Al no escribir nada mas, he perdido la capacidad de autoanálisis, el ver en mi interior que me esta pasando. Me doy cuenta en las reuniones compartiendo. Bueno en la única reunión en la que comparto, por que en las demás me da palo compartir ya que para compartir enfermedad prefiero callarme.

Me veo muy gordo, y empiezo a estar a disgusto con mi cuerpo, a darme asco. Me miro al espejo y me digo que soy un gordo asqueroso. Necesito parar y volver a estar abstinente. El otro día compre 30 euros de alimentos compulsivos de los que tire la mayoría sin abrir, y que comí a escondidas. Y luego quería ir a buscarlos a la basura.Esta recaída ha sido la mas fuerte que he tenido hasta ahora. Es una recaída física. Emocionalmente estoy bien y me siento tranquilo, tengo todo lo que deseo en mi vida, trabajo, pareja, personas con las que hacer cosas y vivir. Pero la comida es mi talón de Aquiles.

Quiero ponerme a cambiar mi vida como buscando que es lo que me duele que pueda estar causando la recaída. Ciertamente en mi trabajo no esta el mejor ambiente que pueda tener emocionalmente hablando, pero también es cierto que no estoy trabajando los pasos, ni usando todas las herramientas. Mi mente enferma quiere huir, cambiarme de trabajo, buscar otro sitio, y se me llena la mente de fantasías de ser mi propio jefe y trabajar para mí. Creo que la abstinencia requiere cambios en mi vida, poco a poco, lentos y graduales, para pasar de vivir una vida de enfermo a una vida abstinente. Pero no volantazos de todo o nada. Además yo ya he estado un mes abstinente, dos veces, en ese trabajo.

Pero también puedo probar a trabajar los pasos. Las compañeras me han enseñado que si uso las herramientas y trabajo los pasos, puedo pasar abstinente por lo que sea, incluso por un cáncer. Y yo ya quiero cambiarme de trabajo. Lo que mi mente enferma no quiere es que trabaje los pasos, manda la pereza y la ley del mínimo esfuerzo.

He de ponerme en marcha, en acción y he de hacerlo rápido. Yo no tengo sano juicio. Yo no puedo decidir. Si he de irme de este trabajo tendrá que ser meditado y hablado desde la abstinencia. Sigo haciendo servicio y eso gracias a dios ha hecho que no me fuera de OA. Que mi poder superior me de sano juicio, por que yo no tengo. Estoy enfermo y no se vivir ni que hacer, ni que elegir.

martes, junio 08, 2010

La abstinencia se me escapa por los dedos

La abstinencia se me escapa por los dedos y no tengo sano juicio. Uso las herramientas en la medida que puedo, pero no me hacen el efecto que siempre han tenido en mi. El otro dia estaba en la puerta de un supermercado dispuesto a entrar para comprar mis alimentos compulsivos. Llame a dos compañeras, quizá no me sincere del todo con ellas, por el maldito orgullo, pero si estuve hablando de oa, de servicio. Y aun así no se me fueron las ganas de comer. Y caí con todo el equipo.

Este fin de semana he ido a dos reuniones, una el sábado y otra el domingo. Y aun así tras las dos reuniones he comido compulsivamente. Voy cuesta abajo y sin freno, y mi cuerpo cada vez me da más asco, ahora que tengo 15 kg más de cuando empezó esta recaída.

Me cuesta hablar sobre como estoy con la comida. Me cuesta decir que estoy en recaída y que necesito ayuda. Me resisto a aceptar una vida espiritual y dedicarme a mi recuperación. Me resisto a abandonar mis actividades de ocio tan absorbentes y fantásticas que las quiero convertir en mi opción de vida y de trabajo.

Pero cositas pequeñas me dan mucha esperanza. Hoy he rechazado alimentos compulsivos de un compañero de trabajo. Me llamo una compañera para temas de servicio y eso me da ilusión y me hace estar mas alegre. Ayudo a una compañera que se lía con el ordenador escribiendo su trabajo de los pasos y le pido que me llame por que a mi me cuesta mucho.

Hoy puede que no este abstinente del todo, por que hay cosas que he comido puntualmente que jamás yo metería en mi plan de comidas, pero no me siento derrotado del todo por que no he salido corriendo a comprar compulsivos a supermercado.

Noto como mi mente lucha para alejarme de oa, pero yo no me dejo. Me ato al programa con servicio, teniendo que hacer cosas y teniendo que hablar con compañeras. Es la única manera que se de mantenerme aquí, por que mi mente enferma me dice que me vaya, o lucha para que yo tenga ideas de que oa no funciona cuando se que no es así. Ya se que mi servicio se acaba en octubre, pero ya se que servicio quiero hacer a continuación.

miércoles, junio 02, 2010

La oración de la serenidad

La Oración de la Serenidad.



El concepto de aceptación solía causarme problemas. Solo hasta analizar profundamente la Oración de la Serenidad, fue cuando comencé a tener una respuesta.

"La serenidad para aceptar...." Creo que de algún modo inconsciente había atribuido a esta frase un significado que simplemente no tiene. Pensaba en ella como si dijera "aceptar serenamente" y me imaginaba a un Buda bienaventurado, sonriendo al ver su ombligo, mientras "las piedras y las flechas de la atroz fortuna" se desviaban de sus intocables costados. Entonces pude entrever la verdad. Mi imagen sólo podría ser correcta en el caso de la estatua de un Buda, nunca en el caso de un autentico ser humano, vivo y respirando.

Fue hasta entonces cuando comencé a darme cuenta de lo que realmente significa la Oración de la Serenidad.

Supongamos, pensé, que he sufrido la pérdida más grande posible para mí: la muerte de la persona que más amo. Dado que esto es algo que claramente no podría cambiar, no existe en este caso posibilidad de confusión; la aceptación seria la única alternativa posible. Y aún así, de donde podría sacar la serenidad para sonreír con compostura ante perdida tan angustiosa? Tendría que ser un dios, no un hombre, pues el hombre no tiene la capacidad para aceptar lo inaceptable. Eso sería lo que yo estaría exigiéndome y seguramente ningún dios justo exigiría algo semejante de mi, ni siquiera lo desearía, ya que solamente un monstruo inhumano podría sonreír ante la muerte de un ser amado.

Que se supone que debería haber aceptado? finalmente me llego una respuesta clara. Tenía que aceptar mi propia humanidad. Tenía que aceptar el hecho de que, ante una pérdida tan severa, el hombre se aflige y se lamenta. Y tal vez esa es su mayor gloria.

Si iba a aceptar la aflicción como un elemento propio del espectro emocional humano, entonces podría esperar la desaparición de la aflicción -dado que todas las cosas pasan- y aceptar eso, también. No debo depender de las memorias andrajosas de la felicidad pasada, sino más bien debo estar dispuesto a deshacerme de la carga cuando llega el momento apropiado, y continuar con mi vida aceptando riesgos y amando otra vez.

Comencé a explorar otros ejemplos de lo que para mi era un nuevo conocimiento. Supongamos que en una fiesta para celebrar la liquidación de la hipoteca de mi casa, esta se incendia y queda en ruinas –y se me había olvidado renovar el seguro contra incendios. ¿Debo aceptar mi irresponsabilidad con una sonrisa de felicidad? ¡Desde luego que no! Lo que tendría que aceptar sería la culpa y amargura como una reacción humana normal ante el desastre, lo cual es totalmente adecuado por un tiempo y productivo para el aprendizaje. Después, tendría que seguir adelante, perdonarme a mi mismo en mi falibilidad humana y aceptar el hecho, siempre doloroso y a menudo sorpresivo, de que no soy ni seré nunca perfecto.

Ignoro si otros comparten mi inhabilidad persistente para lograr la aceptación final –la aceptación de mí mismo tal como soy el día de hoy, íntegramente con múltiples defectos y una aparente escasez de virtudes, pero sospecho que muchos están en el mismo caso. ¿Como nos enredamos en este asunto de la perfección? En mi situación personal, el ego absoluto me espanta y me atrevo a condenar las fuerzas que me crearon por no haberme hecho perfecto. Aún así, si puedo parafrasear a Lincoln, “Dios debe haber amado siempre a los seres humanos, ya que ha creado tantos” Y ni uno solo de ellos es perfecto. Si Dios puede no solo aceptarme, sino amarme, ¿porque yo no puedo hacerlo?

“Valor para cambiar las cosas que si puedo” Alguna vez me consolé con la convicción de que mi valor para cambiar cosas, se encontraba claramente en la columna de ganancias de mi inventario. Luego lo empecé a dudar. Realmente, ¿que es el valor? ¿Es, si lo analizamos, cuando nos negamos a aceptar? ¿Es golpearnos la cabeza contra la pared? ¿Es, acaso, un temerario desprecio de las consecuencias? ¿Es dejar caer las piedras sin importar a quién golpeen? ¿Es el escándalo guiado por propia voluntad? Si el valor era cualquiera de estas o todas estas cosas, entonces yo lo tenía en abundancia. Pero ¿esto es el valor? Comencé a darme cuenta de que lo que había entendido como valor, describía más bien a las pataletas de un niño berrinchudo de cuatro años, que a las actitudes y acciones de un ser humano maduro en la búsqueda de una meta.

Lentamente, empecé a darme cuenta de lo que realmente se requiere para cambiar las cosas que si puedo cambiar. La “flexibilidad” para aceptar las contrariedades y lanzarse de nuevo a la lucha. La “paciencia” para esperar el momento adecuado para actuar. La “resistencia” para sufrir en silencio, sin desviarse del objetivo. La “disposición” para aceptar el rechazo y el dolor. La “humildad” para aceptar la posibilidad de la derrota. El “desprendimiento” para hacer sacrificios. El “buen juicio” para saber si la meta buscada es válida. Todos ellos son atributos del valor. Todos son creativos en lugar de ser destructivos. Todos ellos tienen como resultado el crecimiento. Están a una enorme distancia de mi complacencia anterior, en la que arrebataba furiosa y vorazmente todo lo que deseaba, sin que me importara el costo para otros o para mi mismo. Estos atributos son los frutos de la madurez, y no las semillas de su origen.

“Sabiduría para distinguir la diferencia”. En las reuniones de estudio, esto es algo que se descarta con un simple gesto. “Todo lo que tienes que hacer es darte cuenta de que tu eres lo único que puedes cambiar” dirá alguien. Estuve de acuerdo con esto por algún tiempo, pero después me empecé a preguntar, ¿que tanto puedo cambiarme a mi mismo?

Una vez más, me di cuenta del egoísmo implícito en este concepto. Lo que Dios había creado en un estado imperfecto, ¿yo lo iba a perfeccionar en lugar de El? ¿Como? ¿Ejerciendo la fuerza de voluntad? Ya me había pasado toda mi vida, borracho o sobrio, tratando justamente de hacer eso, y en verdad no creo haber avanzado muy lejos. Todo alcohólico ha sondeado las profundidades de un millón de errores en sus esfuerzos para controlar o detener su forma de beber. Solo cuando nosotros aceptamos nuestra impotencia ante el alcohol, es cuando logramos la paz de la sobriedad. El Libro Grande dice: “No somos santos”. Los Pasos Sexto y Séptimo sugieren que nos dispongamos para que Dios nos libere de nuestros defectos, y que le pidamos humildemente que así lo haga. En ningún lado se sugiere que nos cambiemos a nosotros mismos.

Entonces, ¿Somos completamente impotentes? Cuando pedimos el “valor para cambiar las cosas que si podemos” ¿Estamos haciendo una petición sin esperanza?

¿”La sabiduría para distinguir la diferencia” es una burla conducente a una ilusión del poder? No lo creo. Ya no creo que tengo el poder de cambiarme a mí mismo; pero en cambio, soy capaz de concederme la oportunidad de ser cambiado. Si paso por alto mi ego y me dispongo al cambio, éste ocurrirá. Para ser más claros, pondré un ejemplo:

Supongamos que odio mi trabajo. ¿Que puedo hacer? Por supuesto, puedo esforzarme para encontrar algo más satisfactorio; pero hasta no tener éxito en la búsqueda, estoy atorado exactamente en el sitio en donde estoy. Así que ¿decido que no cederé ni un centímetro? ¿Me figuro en mi mente que mi patrón es un ser repugnante e inflexible? ¿Que mis compañeros de trabajo son, y siempre lo serán, flojos o ineficientes u odiosos? ¿Que me explotan y me pagan de menos y que siempre será así? ¿Qué, por lo tanto, para mí, es justo odiar cada minuto que me veo obligado a trabajar ahí?

En el pasado adopté frecuentemente dicha actitud, que vista con justicia resulta realmente ridícula. Me aferré a la insatisfacción como si fuera mi posesión más valiosa, ¡ay de aquel que se atreviera a tratar de arrebatármela! ¿Hay, tal vez, un elemento de temor en este apego a una actitud negativa? ¿Me uno a ella para proteger mi ego? ¿O en realidad lo que sucede es que tengo miedo de admitir que he hecho un juicio muy apresurado o muy poco piadoso, que estaba equivocado y que el trabajo después de todo no era tan malo en realidad? ¿Realmente prefiero exponerme a los problemas que ocasionaría un cambio de trabajo, en lugar de aceptar que estaba equivocado?

Si no es así, entonces la solución esta clara. Puedo ganar, no necesariamente cambiando de trabajo, ni tampoco decidiéndome a amar las cosas que odio (esto es imposible), sino simplemente llegando a tener una disposición para ser cambiado, permitiéndome ver y disfrutar el inevitable lado bueno inherente a toda situación. Es cierto, todavía podría cambiar de trabajo si es que eso es claramente recomendable, pero si lo hago, más vale que tenga una buena disposición para aceptar los aspectos desagradables de la nueva posición, o en caso contrario, no voy a mejorar.

Si estoy en lo correcto, entonces la sabiduría para conocer la diferencia, radica en aprender que ¡no existe diferencia! Cuando decido cambiar una situación dada, debo estar consciente de la necesidad de aceptar muchas de las cosas ligadas a dicho cambio. Si, por otro lado, decido aceptar lo que tengo ahora, debo darme cuenta de que el cambio ésta implícito en la aceptación. Mi acción al rendirme, en lugar de luchar, afectará las respuestas que obtenga de las personas y de la vida.

Entonces, la aceptación y el cambio deben ser los dos lados de una misma moneda, dos extremos de una gama de posibilidades. Cada una contiene a la otra, y las dos interactúan de una manera armoniosa y por toda la eternidad, sin que tenga que mover un dedo. Simplemente me puedo dejar ir y dejar que suceda. Estoy seguro de la validez de esta teoría. Pero, como sucede con todas las teorías, me tomará un tiempo asimilarla hasta el punto en que afecte mis actitudes y acciones. Mientras tanto, ¿que hago mientras pasa ese tiempo?

Lo primero y mas importante, debo determinar con lo mejor de mi capacidad, si el cambio en el cual voy a poner todo mi esfuerzo es constructivo. El tipo de movimientos que soy más proclive a realizar es como lanzarse de la sartén directamente al fuego, y dudo mucho estar solo en este tipo de errores. Siempre es más fácil cambiar las cosas para empeorarlas. Modificarlas para mejorar es arduo y requiere tiempo. Si es verdad que se puede hacer dicha mejora. Generalmente, deseo que el cambio ocurra, si no el día de ayer, al menos el día de hoy. Si no puedo aprender a moderar mi impaciencia con precaución, probablemente será mejor que desista en intentar el cambio y entonces aceptar lo que ya tengo.

La segunda forma en que trato de obtener “la sabiduría para distinguir la diferencia” es esta: Una vez confirmada la bondad del cambio, decido hacerlo con todo mi empeño. Intento realizar todo lo que viene a mi mente. Pido consejo, me doy al proyecto, sin escatimar esfuerzos. Si, después de haber hecho todo lo posible, no existe aún una diferencia perceptible, debo entonces asimilar la enseñanza amarga, pero necesaria, de que he intentado hacer lo imposible. En ese punto, golpeado, pero libre de duda, descubro la habilidad para aceptar la situación en una forma mucho más sencilla. Una ventaja adicional de este método empírico, es que agrega experiencia a mi diminuto almacén de “sabiduría para distinguir la diferencia”, disponible para ser utilizado cuando una situación similar se presente en el futuro. Mi sentimiento personal es que no nacemos con sabiduría, ni Dios nos la concede por una oración. Debemos ganarla, la mayor parte del tiempo, por el viejo método de prueba y error.



(Tomado del Grapevine, libro de Alcoholicos Anonimos)