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jueves, octubre 18, 2007

El testimonio de sol y daniel: un asunto de angustia y peso

Articulo extraido de: http://www.gordos.com/defaultSecciones.aspx?ID=1428

Muchas jóvenes se exponen a extremosas medidas con tal de lucir flacas, aunque ese deseo no les quita su gran adicción por comer. Pero los trastornos alimenticios no son exclusividad de las mujeres, los hombres también los padecen.

Las modas, los estereotipos sociales y, en ocasiones, los mismos padres crean una presión tan grande en sus hijos por comer o dejar de hacerlo, que los convierte en víctimas de la anorexia, bulimia o, simplemente, en un comedor compulsivo.

Desde que Sol era una niña, en casa de sus padres el aspecto físico era un tema importante. La gordura era sinónimo de rechazo. Ser delgada era ser aceptada entre cierto círculo social. El resultado es que, en sus 35 años de existencia, ella ha librado una lucha intensa por combatir su adicción a la comida y bajar de peso. Ha tenido una larga historia de intentos y recaídas, probando todas las dietas, aunque ninguna daba resultado. La depresión la sumía pero llegaba el consuelo después de un supuesto “último” atracón para comenzar un nuevo día con otro intento fallido.

Desde hace tres años Sol forma parte de un grupo de Comedores Compulsivos Anónimos (CCA), el cuál es parte de la organización Overeaters Anonymous (OA).

Es entre esta comunidad de personas que comparten ese problema que Sol lucha aún por encontrar equilibrio en su vida. Ella junto con otros de sus compañeros latinos, han fundado el grupo CCA con charlas en español que, hasta el momento, OA no ofrecía.

Los integrantes de CCA desean que los latinos con este problema —y que se sienten mejor hablando en español— tengan la oportunidad de encontrar una solución. “Hay esperanza, lamentablemente muchos no lo queremos ver de esa manera”, comenta Daniel, quien tiene más de 20 años participando en OA y, aunque se rehusaba a pensar que un día dejaría de ser obeso, desde hace seis años comenzó su transformación.

El comer compulsivamente es un síndrome que se describió como enfermedad, por primera vez, a mediados de los años 80. Una persona con este problema presenta episodios llamados atracones en los que se ingieren grandes cantidades de comida. Esta acción es acompañada de la sensación de pérdida del control sobre la cantidad y el tipo de alimentos que se ingieren, expresada como una necesidad imperiosa de comer, aunque físicamente ya no se tenga hambre.

Los comedores compulsivos suelen comer hasta sentirse incómodamente llenos y con frecuencia lo hacen solos por pena de que les vean. Acompañados de los atracones, vienen los sentimientos de culpa, depresión y enojo consigo mismo.

Los factores que desencadenan este trastorno son el estrés, la herencia de padres obesos y los malos hábitos alimenticios.

La anorexia y la bulimia tienen un trasfondo psíquico y biológico indudable. Sin embargo, otros factores externos, como los medios de comunicación y los amigos, pueden favorecer la aparición de estas patologías en adolescentes.

A diferencia de la bulimia, en los comedores compulsivos no se presentan conductas compensatorias, es decir, acciones que contrarresten los efectos del exceso de alimento como pueden ser vómitos, abuso de laxantes o diuréticos, sobreejercitarse, etc. Sin embargo, hay personas que pueden ser comedores compulsivos y tener bulimia. Ése fue el caso de Sol.

Entre el querer y el rechazo

La madre de Sol llevaba una vida de constantes dietas, y con su abuela pasaba lo mismo, pero además, era adicta a los laxantes y diuréticos.

“A los cinco años comencé a notar que tenía una gran compulsión por la comida”, cuenta Sol, quien ahora es una profesional y se encuentra sumergida en el reto de derrotar esa adicción por los alimentos a través de terapias.

El régimen de alimentación en su casa era rígido, pero ella se las arreglaba para conseguir comida. La niña comenzó a crecer en edad y peso. La preocupación de los padres y los comentarios de las amistades comenzaron a presionar. “Decían que con esta cara no podía estar comiendo tanto”, recuerda.

A los 8 años de edad su madre la sometió a una dieta y a los 13, esta preadolescente ya consumía pastillas —por prescripción médica y autorización de la madre— para bajar de peso.

“Adelgacé, claro, llegué a la talla perfecta: 2, y entonces me invitaron a ser modelo. Todo estaba bien y, claro, era bien vista por todo mundo. A esa edad esas cosas te fascinan”, expresa.

Sin embargo, el fantasma no se había ido. La obsesión por comer estaba vigente, pero ella no era la única: había otras chicas en el medio que padecían lo mismo. “Entre las duras dietas, daba unas comilonas que, lógicamente me hicieron aumentar mucho de peso”, dice.

Así que a los 14 años eran atracones de comida y luego laxantes y diuréticos. En un lapso de dos semanas, Sol podía subir y bajar 10 kilos de peso. “Era impresionante, porque un día me veían gorda y la siguiente vez, ya estaba flaca”, comenta.

A los 19 años se le diagnosticó anorexia y bulimia porque entonces, aunque se daba los atracones, vivía entre largos lapsos de ausencia de alimento y, además, le dio obsesión por el ejercicio.

Todos esos cambios drásticos de alimentación, dietas, pastillas para adelgazar, laxantes, diuréticos y exceso de ejercicio, dieron resultado: Sol perdió su periodo menstrual, el cabello se le caía a mechones y subió de peso. En tres meses subió seis tallas, relata.

A los 21 años tuvo que ser internada de emergencia por una descompensación de pérdida de potasio.

“Pensé que ésa iba a ser la única vez que iba a estar en un hospital por esa razón. Pero al mes y medio, me ingresaron por el mismo motivo”, dice.

Una solución mental

Comedores Compulsivos Anónimos (CCA/OA) ha sido la solución de muchos. Aunque el proceso no es inmediato, cada individuo marca su propio tiempo.

“Nosotros hemos encontrado que la solución para detener el avance de esta enfermedad progresiva es la práctica de los ‘12 pasos’”, explica Daniel, que a sus 46 años, tiene ahora una percepción diferente de la vida.

Los comedores compulsivos mantienen la teoría de que su adicción es igual a la de un alcohólico o drogadicto, y que lo principal para comenzar en estos grupos es aceptar sin vergüenza que hay un problema y que tiene solución. Los “12 pasos” son el núcleo del programa de CCA/OA para la recuperación personal de comer compulsivamente, y están basados en las experiencias de los primeros miembros de Alcohólicos Anónimos (AA).

De acuerdo con Daniel, los “12 pasos” describen actitudes y actividades que los miembros originales creen fueron importantes para ayudarles a lograr la sobriedad. “Estos 12 pasos no son obligatorios, cada quién tiene la decisión de aplicarlo con sinceridad en su vida”, comenta Daniel.

Agrega que este grupo no tiene nada que ver con religiones, ni con reglas que deban cumplirse al pie de la letra. “Esto tiene que ver con lo físico, emocional y mental”, dice este hombre que, aunque acudió muchos años a CCA, su tiempo para salir del problema fue largo.

En Comedores Compulsivos los asistentes se reúnen para platicar de sus experiencias, contar sus frustraciones y, algunos de ellos, cuentan sus historias de éxito porque lograron reducir su peso.

Cuentan con un “padrino” o “madrina” que les ayuda a superar los momentos de angustia cuando están en la fase inicial de su interés por cambiar sus hábitos de alimentación.

A quienes padecen de este impulso por comer, dice Daniel, les cuesta trabajo comprender que pueden llegar a ser “personas normales”. Y mucho de esta adicción también tiene relación con la falta de educación sobre el tema.

“No hay nada peor que vivir en la ignorancia. Estos grupos también te ayudan a informarte y, entonces, ya no puedes seguir comiendo de la misma manera”, asegura.

Satisfacción por comer lo necesario

El día que el médico le dijo que ya no era necesario pincharse el dedo todos los días para medir la cantidad de azúcar en su sangre y que no recibiría más inyecciones de insulina porque su diabetes había “desaparecido”, Daniel no lo podía creer. Hasta ese entonces se dio cuenta que aquellos “12 pasos” habían dado resultado.

“Mi peso no decía mucho porque físicamente seguía gordo, pero entonces decidí que continuaría con esa disciplina porque si había logrado erradicar la diabetes, podía lograr más”, expresa.

Daniel cuenta que acudió a AAC/OA por órdenes de su empleador, debido a que estaba a punto de perder su seguro médico por sus problemas de obesidad. Aunque sentía depresión y culpabilidad de quien come en exceso, dudaba que en este grupo fuera a encontrar la solución. “Mi gordura comenzaba a crear problemas, no sólo en mi trabajo sino también con mi familia: en la calle me señalaban por gordo y mis hijos eran los que sentían el dolor”, explica.

Daniel llegó a pesar casi 400 libras; rompía sillas, le era imposible entrar en su auto y en las reuniones había que tener una ración específica para él. “Era una situación vergonzante”, cuenta.

Actualmente Daniel tiene un peso de 180 libras, es un hombre alto y quien lo ve, jamás podría imaginar que alguna vez fue obeso.

“Mi vida es otra. Mi relación familiar es armoniosa; ahora tengo que reparar algunos daños que les ocasioné a causa de mi adicción por la comida”, concluye.